Con excepción de muchos demócratas en el congreso, la idea de que la reducción de los beneficios garantizados (entitlements) es la llave para mantener la solvencia nacional es ampliamente aceptada por la mayor parte de los sectores del país. Sin embargo, el Presidente Obama la ha apoyado en ocasiones y, si quisiera, podría convertirla en realidad.
Repito, si él quisiera. Pero yo no estoy seguro de que él lo quiera. Ahora bien, la solvencia nacional es lo bastante importante como para que una vez más tratemos de alcanzarla. El obstáculo es el empecinamiento de Obama en que las reducciones en beneficios garantizados deben ser balanceadas con nuevos ingresos por medio de la eliminación de preferencias impositivas (loopholes).
Por su parte, los republicanos están opuestos rotundamente a este planteamiento. No más ingresos. Su posición es: “Señor presidente ya usted tuvo su aumento de impuestos el primero de enero”. ¿Existe una solución para este conflicto? Definitivamente: la reforma fiscal.
El problema empieza por la definición. Cuando Obama habla de reforma fiscal se refiere a la eliminación de deducciones, exclusiones y créditos con todos los ingresos yendo a parar al Tesoro de los Estados Unidos. Este enfoque es radicalmente nuevo. La histórica reforma fiscal de 1986, negociada entre Reagan y O’Neil, cerró preferencias impositivas sin que ningún dinero fuera a parar al Tesoro. Los ingresos fueron a parar directamente a las manos de la ciudadanía en la forma de reducciones de impuestos.
Esto es lo que se conoce como neutralidad de ingresos. La idea es que la reforma fiscal no es una forma de engordar al Tesoro sino de limpiar el código fiscal. La idea es eliminar privilegios a los intereses especiales y deducciones encaminadas a alterar patrones de conducta que tienden a crear despilfarro e ineficiencia. Esto se hace estimulando preferencias arancelarias para algunas actividades en vez de estimular actividades económicas orientadas a los mercados. Y, al mismo tiempo, introduce un sentido de justicia con la eliminación de privilegios y ventajas que solo benefician a quienes tienen los recursos para pagar cabilderos experimentados.
Y, como un bono adicional, la reforma fiscal reduce las tasas impositivas que, a su vez, estimulan el crecimiento económico. Una fórmula mágica de ganar, ganar, ganar con el triple resultado de: eficiencia, justicia y crecimiento.
La comisión de reducción del déficit Simpson-Bowles, nombrada por el propio Obama, ofreció una variante. Primero, identificó la asombrosa cantidad de $1.1. MILLÓN DE MILLONES anuales de estos gastos impositivos. Eso es mas $11 MILLONES DE MILLONES en una década. En uno de los escenarios, la comisión eliminó todos esos déficits y redujo las tasas impositivas a tres niveles del 8 por ciento, 14 por ciento y 23 por ciento.
Pero hubo otro ingrediente. Si la comisión Simpson-Bowles hubiera utilizado todos los ingresos de $1.1 MILLÓN DE MILLONES generados por la eliminación de deducciones y créditos hubiese podido reducir las tasas impositivas por debajo del 23 por ciento. Pero, en cambio, dejó parte de los ingresos en el Departamento del Tesoro, un promedio de 100,000 millones de dólares anuales, para un total de UN MILLÓN DE MILLONES de dólares en una década. Fue un entendimiento razonable. Fue tan razonable que hasta un halcón contrario a los gastos gubernamentales como el Senador Tom Coburn estuvo dispuesto a apoyarlo.
La solución propuesta por la comisión Simpson-Bowles no está siendo considerada en este momento pero podría servir de modelo. La reforma fiscal propuesta por Obama enviaría el 100 por ciento de los ingresos al Departamento del Tesoro. La reforma puesta en vigor en 1986 por Reagan y O”Neil no envió un solo centavo. La propuesta de Simpson-Bowles anduvo por el medio. Esta misma fórmula podría ser aplicada en este momento para lograr un entendimiento que satisfaga a ambas partes.
Sin embargo, antes de decidir el lugar exacto en que se ubicará ese entendimiento, es necesario determinar cuáles son las deducciones que serán eliminadas y cuantos ingresos generan en la actualidad. La mala noticia es que, si tenemos en cuenta las batallas que van a dar los cabilderos, podría tomar años llegar a una solución. La buena noticia es la fórmula propuesta por el economista de la Universidad de Harvard, Martin Feldstein. Antes de identificar o escoger cuales deducciones serán aceptables no se permitirá que nadie reduzcan sus pagos de impuestos más allá del 2 por ciento, aún cuando ese contribuyente utilice todas las deducciones existentes en el actual código fiscal. La única excepción a esta regla serían las instituciones caritativas.
Es lógico, por otra parte, que se lleven a cabo negociaciones separadas sobre cuales entre las millares de deducciones deben ser eliminadas por corruptas y contrarias a los ingresos. Pero, si tenemos en cuenta que la propuesta de Feldstein reduce inmediatamente el impacto de todos las deducciones y créditos, el límite del 2 por ciento quiere decir que no tendríamos que esperar hasta que se produjera toda la reforma fiscal.
Feldstein calcula que su fórmula para la reforma fiscal produciría $2.1 MILLÓN DE MILLONES en ingreso en una década. Entonces podríamos proceder a cortar el pastel. Obama quiere que el gobierno se quede con todo. Los republicanos quieren que sea devuelto en su totalidad a los contribuyentes por medio de reducciones en los impuestos. Adoptemos una solución salomónica. Dividamos los ingresos a la mitad, el 50 por ciento para el Tesoro y el 50 por ciento para los contribuyentes.
Eso es alrededor UN MILLÓN DE MILLONES para cada uno. Todo el mundo recibe algún beneficio. Aunque mínima, los republicanos reciben una inesperada reducción de la tasa impositiva. Aunque pequeña, una victoria simbólica después de haberse tenido que tragar la píldora amarga de un aumento de impuestos durante las negociaciones sobre el precipicio fiscal. El país recibe la primera reforma fiscal de significación en un cuarto de siglo. Obama obtiene UN MILLÓN DE MILLONES para su supuesta “formula balanceada”, su precio por una verdadera reforma de los beneficios garantizados(entitlements). Y, si resulta que el presidente está hablando en serio, los ciudadanos lograríamos el cáliz sagrado: reforma fiscal y reforma de beneficios garantizados en un solo paquete.
Que, en su totalidad, es un acuerdo que se las arregla para promover al mismo tiempo eficiencia, justicia, crecimiento, reducción de la deuda y restauración de la solvencia nacional. En otras palabras, el mejor negocio desde que Thomas Jefferson le compró la Louisiana a la Francia de Napoleón.