La muerte de Castro desenmascaró a inmorales y cobardes

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Un hombre como Fidel Castro debió ser ignorado, burlado y puesto en su lugar antes de que su nombre se hiciera conocido.  El nombre Fidel Castro nunca debió figurar en ningún libro de historia y muchísimo menos en libros de texto en manos de niños que deben aprender amor y respeto por la vida y la libertad.

Pero ya se dio a Castro un lugar que solo debió ser reservado para verdaderos héroes. Es tarde para lamentarse y ahora su figura ya no puede ser tomada a la ligera y mucho menos ser ignorada como lo hubiera merecido. Su nombre ya forma parte de la historia, y de la mente y piel tatuada con su rostro de demasiadas personas.

Ahora solo nos queda desenmascararlo y arrancarle ese halo falso de héroe que logró robar. Solo queda mostrarlo desnudo frente a quienes deseen ver la verdad, y hacer lo imposible para que no se convierta en un mito como en el que se transformó otro villano de su calibre como el Che Guevara.

No hay espacio suficiente en esta columna para mencionar los atropellos y violaciones a la vida, libertad y propiedad que cometió Fidel Castro durante su vida. Cualquiera que haya tenido la chance de visitar Cuba o charlar con los miles de balseros cubanos que lograron llegar a la costa de Miami, pueden obtener suficiente evidencia y relatos macabros de sus crímenes. Y si no, con solo googlear el tema, encontrarán centeneras de conexiones entre la palabra “Castro” y la palabra “Muerte”.

¿Cómo ignorar esto? ¿Cómo cerrar los ojos? ¿Cómo enterrar la cabeza frente a una realidad tan cercana? ¿Puede ser que todo sea un invento? ¿Que sea mentira que más de 70.000 cubanos se hayan lanzado a un mar lleno de tiburones en una balsa precaria para escapar?

Dicen que no hay mejor sordo que el que no quiere oír, ni mayor ciego que el que no quiere ver. Ahora, ¿por qué alguien querría pasar por alto una verdad que nos da cachetadas diarias para llamarnos la atención?

Mi respuesta es: por inmoralidad o por cobardía. Solo alguien tan inmoral como Castro desearía encubrirlo. O un cobarde que no tiene las agallas de pararse frente a la multitud y gritar: “El Emperador está desnudo”.

La muerte de Castro me ha traído más desilusión que alegría cuando pude leer la reacción de los políticos del mundo ante la noticia. Por supuesto, no podía esperarse otra cosa que patéticos halagos de seguidores como Nicolás Maduro, Evo Morales, Rafael Correa, Michelle Bachelet, Dilma Rousseff, Vladimir Putin o el líder norcoreano Kim Jong-un.

Pero ¿y el resto? El resto no ha respondido mucho mejor.  Desde melosos comentarios del Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, hasta días de duelo en varios países (incluyendo en la provincia de San Luis en Argentina), hasta mensajes tibios y políticamente correctos de presidentes como Pedro Pablo Kuczynsky de Perú, Juan Manuel Santos de Colombia y Mauricio Macri de Argentina, entre otros.

La muerte de Castro ha sacado a la luz a inmorales y a cobardes y esto debería prevenirnos.  Deberíamos tomar las reacciones de los políticos como una alarma de sus verdaderas intenciones, ideología, agallas e integridad. Deberíamos leer y releer los mensajes que mandaron por su muerte, porque dicen mucho de sí mismos y de su respeto por los derechos individuales.

Dos frases me vienen a la memoria. La primera de Martin Luther King: “Lo que me preocupa no es el grito de los malos, sino el silencio de los buenos”. Ciertamente la esclavitud no se abolió por el silencio y tibieza de los esclavos.

La segunda frase es de la filósofa Ayn Rand: “En cualquier compromiso entre comida y veneno, únicamente la muerte puede ganar”. Lo que significa que entre la libertad y la tiranía, también solo ganará la muerte. Cuando negociamos con un tirano como Castro, estamos dando la espalda y burlándonos de todos aquellos que dieron su vida por la libertad.

Y a aquellos que digan que los políticos deben ser diplomáticos y enviar sus condolencias, permítanme decirles que la vida, la libertad y la dignidad de las personas no se defiende con corrección política, sino con pantalones bien puestos y honestidad intelectual. Ante un juicio moral, no necesitamos políticos.  Necesitamos hombres y mujeres a los que no les tiemble el dedo ni la voz al señalar la injusticia y denunciarla como tal.

Estoy lejos de pensar que algún político actual es un héroe, pero tengo la obligación de al menos reconocer tres mensajes: el del futuro presidente de Estados Unidos Donald Trump, quien señaló a Castro como “un dictador brutal que ha oprimido a su propio pueblo”, el del senador republicano Marco Rubio que dijo que “la historia no absolverá a Fidel Castro; lo recordará como un mal, un dictador asesino que infligió miseria y sufrimiento a su propio pueblo”, y el del  senador demócrata por Nueva Jersey, Bob Menéndez, que cree que “la muerte de Fidel Castro será beneficiosa para la apertura de la isla a nuevas oportunidades.” No en vano Estados Unidos se ganó el nombre del hogar de los valientes.  En el resto del mundo, la inmoralidad del virus socialista y la cobardía de la corrección política populista, solo ha enviado flores a la tumba de un asesino.

Y termino con una última frase, esta vez del cubano José Martí:

“Es criminal quien sonríe al crimen; quien lo ve y no lo ataca; quien se sienta a su mesa; quien se sienta a la mesa de los que se codean con él o le sacan el sombrero interesado; quienes reciben de él el permiso de vivir.”

Sueño con el día en que nuestros hermanos cubanos se nieguen a seguir pidiendo permiso. Ese día enviaremos flores quienes amamos la libertad.

Fuente: PanamPost


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