«Las mujeres están quedando preñadas cada día en EEUU, y esto es un verdadero problema”., dijo Kamala Harris. (EFE)
Sólo en el comunismo se puede pensar en estos crímenes contra la dignidad humana: bebés sin madre, producidos como un objeto más, con su número de serie.
El supremacismo feminista basa su supuesta superioridad con respecto a la mujer tradicional en que sus integrantes radicales ya se han “liberado” de todo lo que según ellas las “oprimía”: Dios, la religión, la Iglesia, los sacerdotes o pastores, el patriarcado, el padre, el matrimonio como institución, el esposo, los hijos —y por eso los abortan— y el capitalismo.
Estas ideas en mucho se fundamentan en algo tan delirante y no científico como la ideología de género: “Eres lo que percibes que eres”, es una idea fuerte entre sus planteamientos, que relativiza la identidad, la hace líquida y al mismo tiempo rechaza las relaciones “heteronormadas” (léase heterosexuales), dejando fuera la reproducción, la maternidad más exactamente.
Pero también abrevan en las aguas de autores feministas radicales, como Simone de Beauvoir, quien pensaba que no bastaba con que triunfara en un país la revolución socialista, sino que además había que abolir a la familia natural, en tanto que perpetuaba, según ella, la opresión capitalista, en donde el hombre es el “dueño de los medios de producción”, y la mujer la obrera esclavizada.
La mujer, para liberarse de estas pesadas estructuras opresivas, soñaba Simone de Beauvoir, debía, ante todo, entender que la estrategia que le brindaría independencia del hombre, era el trabajo.
De ahí que la lucha feminista abogue por el trabajo de la mujer, pero no para ayudar a la familia, como sería lo normal, sino para no tener que “obedecer” al esposo, que siempre es un macho despiadado, según la caricatura como lo pintan estas señoritas que ahora se pronuncian políticamente usando vellos en las axilas.
Y si la familia, más concretamente la de hombre, mujer e hijos, es decir, el matrimonio, es la estructura que había que reventar, mediante la obtención de dinero, con el trabajo, el tema más fuerte en tal prisión es, por supuesto, la maternidad.
Porque resulta que, “caprichos” de la naturaleza, quien se embaraza es la mujer, no el hombre. Esto según las supremacistas feministas ha podido cambiarse gracias a la ideología de género, creyendo la patraña de que los hombres también pueden quedar preñados.
En todos los casos, por supuesto, se tratará como sea de una mujer biológica, pero hormonizada y tal vez con bigote y barba, y con los senos mutilados, entre otros cambios nada naturales.
Como en el supremacismo feminista se ve muy mal que una mujer se embarace y tenga un parto, que entonces mejor se embarace “el hombre”. Así se engañan ellas solas, aunque tengan muchas veces al Estado como garante de que tales ficciones son “la realidad”.
Pero ahora estamos ante una solución para el grave problema que se le presenta a una supremacista feminista con el deseo de tener hijos, pero no tener que sufrir la esclavitud del embarazo, que la tendría atada a su condición durante 9 meses.
Prueba de qué nivel esta mentalidad destructiva y delirante ha permeado en la cultura occidental es lo que dijo Kamala Harris, la vicepresidente de Estados Unidos hace unos días: «Las mujeres están quedando preñadas cada día en EEUU, y esto es un verdadero problema”.
Lo dice quien lamentó profundamente —igual que su patrón Joe Biden—, la anulación del caso Roe vs. Wade, que acabó con 50 años de abortos, que arrojaron unos 60 millones de bebés en gestación destrozados. Para estos políticos progresistas, fue una afrenta, una pérdida de “derechos de la mujer”, del “derecho a la salud reproductiva”, como le llaman falsamente al crimen del aborto.
Esos mismos derechos fake son los que ahora van a ser instalados extensamente en países con nuevos gobiernos de izquierdas radicales, como la Honduras de Xiomara Castro, Chile de Gabriel Boric y la Colombia de Gustavo Petro. Kamala viajó a la toma de posesión de Xiomara Castro, cabe recordar, porque ambas se reconocen como feministas, y la segunda como bolivariana.
Esa “solución” está en el invento de científicos del Instituto de Ingeniería y Tecnología Biomédica de Suzhou, China, que ya viene en camino de comercializarse y por tanto normalizarse: el útero artificial. Consiste en un ambiente “adecuado” para el desarrollo del feto, que suministra temperatura, nutrientes y oxígeno, con lo que la mujer queda “liberada” de “sufrir” el embarazo.
Esto, además de desacralizar la maternidad, por supuesto rompe la conexión poderosa y natural de la madre y su hijo, acaso el más fuerte de los lazos entre seres humanos. Aquí es donde las corrientes del transhumanismo entran en juego, porque lo que quiera que sea que se “cocine” en ese “horno”, útero artificial, no es un bebé que venga del vientre de su madre, que haya gozado de la compañía, latidos del corazón, protección, palabras, cantos, cariño. Es una deshumanización del embarazo.
El ser humano para serlo necesita una serie de condiciones. De otra manera, se deshumaniza. Es el caso de este útero falso. Nacer en un laboratorio sin alma, lejos de mamá y papá, no sólo es triste y no deseable, sino que es la tendencia por la que quieren llevar a la humanidad aquellos inescrupulosos para quienes el ser humano no es una persona íntegra y digna, sino un objeto. Producir humanos en serie será un enorme negocio, acaso el más grande del mundo.
¿Quiénes serán los padres del bebé? No tiene. Entonces son hijos del Estado. Es el sueño de Mao, de la revolución cultural china. Es el sueño de todo marxista: destruir la familia para siempre, y que el gobierno reine como si fuera un dios.
Se trata de “humanoides industriales”, privados desde el inicio del derecho a pertenecer a una familia, de desarrollarse en un vientre materno. Es la cosificación del ser humano. La otra opción que ofrece el supremacismo progresista es, claro, el aborto. Ese que tanto ama y defiende Kamala Harris. Es una izquierda realmente antihumanista, podrida en su concepto sobre lo que debe ser el humano.
Humanoides en serie, sin nombre, sin padres. En China estos fetos sin madre serían usados para aumentar industrialmente las tasas de natalidad, para conservar y potenciar su hegemonía económica. Esto, tras su política de un solo hijo, vigente hasta 2015, y tras cerca de 15 millones de abortos al año.
China es el país que más aborta en el mundo, el que menos respeta la vida humana, y no casualmente, donde las religiones fueron perseguidas y eliminadas casi totalmente, igual que todas las tradiciones milenarias, con la revolución cultural ocurrida entre 1966 y 1976.
Sólo en el comunismo se pueden pensar en estos crímenes contra la dignidad humana: bebés sin madre, producidos como un objeto más, con su número de serie. Es la era post-humana. Bienvenidos a la boda entre el supremacismo feminista y el transhumanismo. Y entre Kamala Harris, su revolución woke y el maoísmo del Partido Comunista de China.
Raul Tortolero – PanamPost