Donald Trump, de espalda a los poderes mundialistas, en la Torre Trump de Nueva York, el 13 de enero de 2017.
AV/RT.- Trump se enfrentó a la campaña mediática más sucia de toda la historia de los procesos electorales en Estados Unidos. Pensada, pagada y organizada por el Partido Demócrata y apoyada en algunas ocasiones por el establishment del Partido Republicano, unas veces abiertamente y otras desde las sombras y la intriga, por quienes solo pensaron en su orgullo y en sus ambiciones frustradas, y no en lo que significaba para este país la elección de Hillary Clinton. No tuvieron el valor de definirse, se olvidaron que los líderes tienen que tomar decisiones y correr el riesgo de equivocarse. Decía José Martí que “en épocas de crisis políticas, la neutralidad era una zona reservada a la cobardía”.
Darle las espaldas a Trump fue un acto irresponsable, que puso en peligro los cimientos morales y la seguridad de esta gran Nación, era abrirle las puertas a la corrupción “legalizada”, a la desmoralización de los valores que hicieron grande a este país, ese objetivo que el Presidente Obama inició y que continuaría Hillary Clinton si era electa junto a su esposo, violador de menores, uno de los depredadores sexuales que visitó 26 veces la Isla del magnate del Partido Demócrata, Jeffrey Epstein para las orgias con menores.
Esta pareja de delincuentes, y toda esa pandilla del cartel Clinton iban a convertir esta sociedad en una versión de la Roma decadente, desmoralizada, destruyendo hasta el último de sus cimientos.
Pero no estaban solos en ese empeño. Los respaldó y apoyaron todos los canales de TV, excepto Fox y todos los periódicos, excepto el Wall Street Journal.
Mintieron, le atribuyeron decenas de declaraciones que Trump nunca hizo y ocultaron otras. La misma prensa que convirtió a Fidel Castro en un romántico Robin Hood; la misma prensa que convirtió al Che Guevara en un ídolo a imitar por las juventudes del mundo, esa misma prensa que silenció la financiación del terrorismo islámico en el mundo por Arabia Saudí, donante de Clinton, convirtió a Trump en una especie de monstruo universal.
Trump tiene motivos más que sobrados para desconfiar de la prensa y mostrarse esquivo con las prostitutas babilónicas que actúan en su nombre. Cuando un periodista utiliza el privilegio de llegar a miles de personas, para engañarlas, para desinformarlas, para manipularlas, se convierte en una amenaza para la sociedad.
Y en la campaña presidencial se mintió, se desinformó, se manipularon las noticias en contra de Donald Trump. Esos periodistas prostituyeron la profesión; verdaderas hetairas de nombres prestigiosos en la profesión se vendieron como vulgares rameras.
El 91% de la cobertura a Trump fue negativa. La famosa declaración de Trump diciendo que por la frontera entraban mejicanos cargados de drogas, violadores, terroristas etc etc, terminaba agregando “y asumo que también entran buenas personas” (textual). Esta última frase a los dos días desapareció de la prensa.
En Miami se organizó una campaña diciendo que Trump se había referido a todos los mejicanos, (cosa esta falsa, solo se refirió a los que entraban ilegalmente) y lanzaron el slogan de “TODOS SOMOS MEJICANOS”. Después dijeron que se habían referido a todos los hispanos, mentira también. Se llegó a decir que Trump había declarado que entraban mejicanos terroristas. En programas de radio, se mintió, se manipularon las noticias, se ocultó las que favorecían a Trump y se callaron las verdades de los escándalos y corrupción de la Clinton. Muchos de los que solo escuchaban esos programas, nunca se enteraron de lo que pasaba. Los dos canales de TV hispanos participaron de toda aquella conspiración uniéndose al lema de “PARAR A TRUMP’.
Con el triunfo de Trump se vino abajo toda esa campaña mediática. Llegaron a creerse sus propias mentiras, crearon un círculo artificial, y se mentían unos a los otros. Los cerebros grises de la sociedad, los “analistas políticos” más brillantes, excelsos e iluminados “demostraban” por qué Hillary Clinton iba a ganar las elecciones y Trump –como dijo uno de esos gurus políticos- no lograría ni el 20% de los votos.
Había que ver y escuchar a aquellos comentaristas y analistas demócratas de renombres encumbrados, en la pingorota de la fama y el conocimiento, desde lo alto de sus tronos excelsos, ilustrar a la masa acéfala e inculta sobre las bondades, cualidades y bendiciones que traería a este país la elección de la Clinton. Por los micrófonos y las cámaras desfilaron los doctores, altos funcionarios de otras administraciones demócratas, sabios llenos de estadísticas y argumentos respaldando a la delincuente mayor.
Cuando al príncipe Saudí, en New York, le preguntaron sobre las elecciones, declaró que le interesaban mucho y que Arabia Saudita estaba financiando el 25% de la campaña de Hillary Clinton. Este príncipe no sabía que aceptar dinero de otro país para campañas políticas es un delito en EEUU. ¿Qué dijo la prensa complaciente? Nada. ¿Qué dijeron los líderes demócratas? Nada. No les importaba que su candidata aceptara dinero del país que financió a los que dinamitaron las Torres Gemelas.
Llegaron al clímax de la aberración, negando la gravedad del contenido de los correos de Wikileaks, diciendo que eran chismes de aldea… Para ellos, el enriquecimiento de los Clinton vendiendo información al enemigo, el desacato; la destrucción a martillazos de los teléfonos y computadoras; los escándalos de la Fundación Clinton; la venta a Putin del 20% de la reservas de uranio de EEUU, a cambio de una comisión de 100 millones de dólares, todo eso no tenía importancia.
La corrupción escandalosa del director del FBI, de la fiscal general, Loretta Lynch, que se acogió a la Quinta Enmienda… lo que se ha visto con la administración demócrata no tiene precedentes en la Historia de EEUU.
Todo estaba preparado. Ya se habían repartido los cargos futuros. Había puestos importantes para activistas del progresismo mundialista que come en las manos de los Soros, Rothschild y Rockefeller. Y entonces comenzaron a publicarse más cables de Wikileaks. El pueblo tuvo acceso a internet. Se conoció al detalle la podredumbre, la corrupción, las traiciones a sus propios camaradas en el caso de Sanders, la carencia de escrúpulos.
Y ocurrió lo que no podía suceder…se les cayó el mundo encima, de nada sirvieron los tres millones de votos fraudulentos depositados ilegalmente en California, los cientos de miles en Virginia, en New York, donde hubo quienes votaron siete veces. El fraude en Broward y muchas otras ciudades.
Revolcándose en su propia hiel y amargura, prepotentes y soberbios comenzaron a calificar a los que votamos por Trump como la chusma inculta, los no educados, los que no fueron al colegio.
Los doctores, los master, los intelectuales, los educados y cultos, los leídos y escribidos, no lograron convencer con sus mentiras a más de 65 millones de norteamericanos. Trump barrió con ellos. El pueblo barrió con ellos. Auguraron que los demócratas ganarían el Congreso, el Senado, las gobernaturas; pero ocurrió todo lo contrario.
Amenazaron con todo. Si elegían a Trump, dijeron los sesudos economistas demócratas, se repetiría la crisis del 1929, las bolsas se derrumbarían, habría hambre, miseria, muerte, desolación, desempleo total, el fin del mundo, el Apocalipsis. Compararon a Trump con Hitler, con Chávez, con Maduro, lo acusaron de ser una agente infiltrado de los Clinton.
En la rabieta y el pataleo ordenaron a los empleados de las oficinas de campaña de la candidata demócrata que se trasladaran a más de 50 ciudades ganando 18 dólares la hora y se organizaran para manifestar contra la legítima elección de Trump. Los instruyeron para que crearan disturbios. En Oregon detuvieron a 112 de estos manifestantes; 70 no eran de Oregon. Quemaron automóviles, destruyeron negocios. Las banderas rojas de la hoz y el martillo y los retratos del Che encabezaban las manifestaciones contra el Presidente electo. No hay precedente en la Historia de EEUU de algo como esto.
Tres jóvenes afroamericanos sacaron de su automóvil a un anciano simpatizante de Trump y lo patearon, le dieron una paliza brutal. Tres muchachas afroamericanas le hicieron lo mismo a una estudiante blanca porque dijo simpatizaba con Trump. La chusma demócrata enfurecida, siguió por semanas, en manifestaciones, destruyendo propiedades y estuvieron financiadas por George Soros.
Luego recogieron firmas, en una plataforma de Soros llamada Change.org, para que el 19 de diciembre, el Colegio Electoral, quitase a Trump y nombrase presidenta a Hillary Clinton. Lograron alcanzar millones de firmas.
Soros, chivato de los nazis cuando estuvo en un campo de concentración, y el mayor donante al Partido Demócrata, convocó a una reunión en Washington de tres días con otros billonarios demócratas y dijo públicamente que esa reunión era para discutir cómo utilizar sus fortunas para “aniquilar” a Trump. Usó la palabra “aniquilar” contra el presidente de los EEUU. Esas manifestaciones han continuado. Esos atropellos de la escoria mundialista ha seguido. Pero ninguno de los periodistas- activistas ha dicho una sola palabra contra toda estas campañas para revertir la libertad expresada en las urnas por decenas de millones de estadounidenses.
Cuando CNN le mandaba a escondidas a la Clinton las preguntas que le harían en una entrevista, ¡no se equivocaban! Cuando los canales de TV le pedían a Podesta que le mandaran una lista de las preguntas que Hillary Clinton quería que le hicieran, ¡no se equivocaban!. Cuando Podesta les ordenaba que en encuestas a mil personas 800 tenían que ser demócratas y lo hacían: ¡no se equivocaban! Cuando Podesta les pedía que siempre en las encuestas hicieran trampas y agregaran puntos extras a Hillary Clinton y lo hacían, ¡no se equivocaban!. Cuando desprestigiaban a Trump atribuyéndole declaraciones que nunca hizo, ¡no se equivocaban!
Si todos esos periodistas tuvieran un átomo de vergüenza, un ripio de dignidad—que no tienen—deberían renunciar a una profesión como el periodismo que debe ser la conciencia de la sociedad. Nada es más aborrecible y despreciable que un periodista cuando miente de forma intencional y traicionando así una profesión tan hermosa.
La palabra se ha hecho para decir la verdad, no para encubrirla. Sería tan inútil como regalarle una orquidea a una vaca, posiblemente se la comería sin descubrir siquiera la exótica belleza de la flor.
Pero están como si nada hubiese pasado. Trump todavía no está gobernando, y ya lo están criticándolo por la cosas malas que todavía no ha hecho y que ya ellos saben que va a hacer. Son visionarios, pero no pudieron ver la derrota, la paliza monumental que el pueblo les dio. Dicen con desvergonzado desparpajo que Trump se citó con prostitutas rusas en Moscú, que es un espía de Putin, que con él los océanos se secarán y que sería inevitable bajo su mandato una tercera guerra mundial. No le perdonan ni le perdonarán nunca a Trump que el pueblo estadounidense no escuchara a sus élites, ni a sus medios de comunicación, ni a sus actores, ni a sus banqueros, que les decían que lo mejor era votar a Hillary Clinton. El pueblo americano no quiso escuchar las amenazas de Soros, de los banqueros centrales del resto de grandes países, ni a los líderes izquierdistas mundiales, ni a los principales dirigentes políticos y económicos europeos, y en lugar de ello propinó un histórico “jaque” al globalismo, provocando una ruptura sin precedentes entre el pueblo y los poderosos. Tal vez porque solo podía ser un país hecho a sí mismo con sangre, sudor y lágrimas quien dijera “basta” al gobalismo, el descontrol, la dictadura de los ‘lobbies’ y la insufrible dictadura de Wall Street.
Como no han podido evitar que Trump resida en la Casa Blanca, ahora pretenden su destitución como presidente del país. George Soros, como siempre, mueve los hilos y los periodistas-títere, canallesca tropa sin moral ni principios, repite incansable el manual que se les dicta.
‘Impeachment’
Ya sea por un informe anónimo atribuido a un exagente de Inteligencia británica que contiene supuesta información “comprometedora” contra el presidente electo de EE.UU., Donald Trump, o por algún otro escándalo relacionado con el multimillonario estadounidense, “es muy probable que sufra un ‘impeachment’ dentro de los primeros 12 a 18 meses” de su presidencia, sostiene la profesora de política de la Universidad de Mánchester (Reino Unido) y experta en política estadounidense Angelia Wilson.
Trump “se ha convertido en un agobio para el Partido Republicano”, ha comentado Wilson a ‘The Independent’. A su modo de ver, en algún momento los republicanos “necesitarán distanciarse de él” para no socavar sus posiciones en la Cámara de Representantes.
En Estados Unidos, el ‘impeachment’ del presidente es el inicio de su destitución por “traición, soborno u otros delitos graves y faltas” y solo dos líderes del país se enfrentaron a este procedimiento, Andrew Johnson en 1868 y Bill Clinton en 1998, y ambos fueron absueltos. El mismo proceso iniciado contra Richard Nixon en febrero de 1974 terminó con su dimisión voluntaria.
El profesor de ciencias políticas del Instituto de Tecnología Rose-Hulman (EE.UU.), Terrence Casey, ha subrayado al periódico británico que el ‘impeachment’ está relacionado con “delitos penales y que en ese sentido no tiene que ver con el apoyo público”, aunque “también es un acto político”. “Los procedimientos del ‘impeachment’ de Bill Clinton solo pudieron suceder porque había un partido opositor al mando del Congreso”, ha explicado.
“En el caso de Trump, habría que convencer al Congreso republicano de iniciar el ‘impeachment’ contra un presidente republicano, lo que podría fracasar si aún tuviera apoyo público ―como le pasó a Clinton― y podría tener éxito si no tuviera ese apoyo, como en el caso de la dimisión de Nixon”, opina Casey.