
Reina expectación entre analistas, diplomáticos y políticos, respecto a la política que el nuevo presidente de los Estados Unidos llevará a cabo con respecto a nuestra región: algunos temen que desatienda aún más a Latinoamérica o que se dé un giro hacia el proteccionismo que reduzca nuestro comercio exterior; otros, por el contrario, tienen expectativas positivas, sobre todo en cuanto a enfrentar las dictaduras que soportamos, como en Cuba o Venezuela. Un repaso a los cambios históricos de la política exterior de la nación del norte nos ayudará, creo, a entender mejor los escenarios posibles.
No podemos hacer una recapitulación histórica completa, por razones de espacio, por lo que empezaremos por los días finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando la lucha contra los totalitarismos alentaba que se hicieran reformas democráticas en la región. Los Estados Unidos, por ejemplo, vieron con muy buenos ojos la renuncia de Jorge Ubico y el derrocamiento del régimen que le siguió por pocos meses en Guatemala y se comprometieron a fondo contra el general Perón, en Argentina. Pero poco después, cuando comenzó la Guerra Fría contra la Unión Soviética y el comunismo, cambiaron de postura: no interesaba tanto ya la democracia sino una firme postura contra el comunismo. Así se volvió a tener relaciones amistosas con Trujillo en la República Dominicana o Somoza en Nicaragua y se toleraron y hasta propiciaron golpes de estado contra gobiernos de izquierda.
Luego, con la llegada de Jimmy Carter al poder, en 1977, se produjo un nuevo cambio. La lucha contra las guerrillas pro comunistas que alentaba Fidel Castro desde Cuba pasó a un segundo lugar y, en cambio, se propició el tema de los derechos humanos. Quienes combatían al marxismo pasaron a ser enemigos, como los Somoza en Nicaragua –a los que se ayudó a derrocar- o como Pinochet en Chile. No se aceptaron ni toleraron ya golpes de estado y, más bien, se favoreció a las organizaciones no gubernamentales que se oponían en todas partes a los militares.
Esta línea de acción continuó después de la desaparición de la Unión Soviética, en 1991, cuando ya había cesado la Guerra Fría. Con muy buenas intenciones, pero con poco trabajo efectivo para apoyarla, el presidente Bush lanzó la Iniciativa para las Américas, que naufragó cuando a ella se opusieron los regímenes de izquierda que comenzaron a aparecer en Venezuela y otras partes de la región.
De allí en adelante, y en todo lo que va de este siglo XXI, la política exterior de los Estados Unidos ha sido más bien confusa, sin lineamientos claros, centrada en gran medida en la lucha contra las drogas, que ha causado serios problemas en México y desestabilizado buena parte de Centroamérica. En años recientes Barack Obama, el presidente que concluye su mandato este 20 de enero, se ha inclinado a pactar y tener buenas relaciones con los resabios del comunismo en la región: su acercamiento a Cuba ha fortalecido a la dictadura allá existente y poco o nada se ha hecho para combatir a las nuevas dictaduras, como la de Venezuela, o a quienes son opuestos a la democracia liberal, como Ortega en Nicaragua, Evo Morales en Bolivia o Correa en Ecuador.
¿Qué podemos esperar ahora, cuando tan próximo está el inicio de una nueva presidencia en los Estados Unidos? No parece, según las declaraciones de Donald Trump, que él tenga una línea ideológica bien definida, aunque parece claro que el nuevo mandatario se alejará de las inclinaciones izquierdistas de su predecesor. Se anuncia una más firme política hacia Cuba y Venezuela, lo que resultaría muy favorable en el contexto regional, aunque sus declaraciones contra el libre comercio arrojan una sombra sobre las relaciones comerciales interamericanas.
Esperamos que, si se actúa con más coherencia, se revierta la política de derechos humanos seguida durante las últimas administraciones de presidentes del Partido Demócrata. Bueno sería que, en vez de perseguir a quienes lucharon contra las guerrillas comunistas en décadas pasadas, se volcaran los esfuerzos contra los gobiernos que hoy violan los elementales derechos humanos en varios países. La hipocresía de la política seguida hasta ahora resulta llamativa y arroja serias dudas sobre las verdaderas intenciones del país del norte: ¿cómo pueden favorecerse a las FARC colombianas y perseguir a los militares que combatieron la subversión en otras latitudes? ¿De qué derechos humanos se habla cuando siguen existiendo innumerables presos políticos en Cuba y Venezuela, mientras se transige con esos gobiernos tiránicos?
La nueva administración, por eso, tiene a nuestro juicio una deuda pendiente: demostrar que los Estados Unidos son el país de la libertad y el respeto a los derechos individuales, no una versión más de ese socialismo que, bajo diversas apariencias, tanto ha perjudicado a nuestros pueblos.
Fuente: PanamPost