EL MUNDO SEGÚN FRANCISCO

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Cuando se habla o se escribe a menudo nos equivocamos con frecuencia. Eso fue precisamente lo que me pasó cuando redacté un artículo con motivo de la elección del Cardenal Jorge Mario Bergoglio, como el Papa número 266 de la Iglesia Católica. En aquel momento escribí: “Su Santidad Francisco I ya no es privilegio exclusivo de los argentinos, orgullo de los latinoamericanos, ni soldado de los jesuitas. Ahora pertenece al mundo y esa tiene que ser nuestra mayor recompensa. El mundo que él se propone transformar en más compasivo para los pobres y más justo para todos los hijos de Dios”.

Lo que no fui capaz de prever en aquel momento de genuina simpatía hacia el nuevo pontífice fue que ese mundo “más justo para todos los hijos de Dios” no se extendería a las víctimas de la tiranía castrista. Porque el mundo de Francisco está matizado por la misma ideología de izquierda que hizo de la democracia cristiana una aliada frecuente del socialismo y el comunismo en el Siglo XX. El ejemplo más notorio en América fue la alianza política con los comunistas chilenos que ratificó a Salvador Allende como ganador de unas elecciones presidenciales donde no había logrado mayoría absoluta.

Francisco, por otra parte, parece haberse impuesto como misión no sólo la transformación de su iglesia, que en realidad la necesita y en cuyo ámbito estarían justificadas sus acciones, sino una transformación del mundo en asuntos seculares, que trae consigo un alto riesgo político para El Vaticano. La última expresión de su activismo ideológico está contenida en el bosquejo de una encíclica advirtiendo sobre los supuestos peligros del cambio climático, pautada para ser emitida a principios de este año. Su objetivo es convocar a una reunión de líderes religiosos antes de la celebración de dos cumbres cruciales para el medio ambiente: el encuentro convocado para el mes de septiembre por la ONU sobre seguimiento de los Objetivos del Milenio y la conferencia del cambio climático que se celebrará en París el mes de diciembre.

El cambio climático es un tema de alto contenido emotivo que es debatido con vehemencia por activistas y científicos en ambos lados de la discusión. Sus defensores afirman que el calentamiento global es causado por el hombre y acusan a quienes lo niegan de servir intereses espurios del más rancio capitalismo. Quienes lo niegan afirman que el calentamiento global es consecuencia de cambios cíclicos del sol así como ciclos de la Tierra o incluso la acción de rayos cósmicos. El hecho real es que ninguno de los bandos cuenta con pruebas empíricas concluyentes en apoyo de su posición.

La Iglesia católica no muestra, por otra parte, una trayectoria de aciertos en otros campos de la ciencia. Por ejemplo, en 1633 condenó a Galileo Galilei por postular que la Tierra gira alrededor del Sol. En el auto de acusación, la Iglesia declaró: “La doctrina de que la Tierra no se halla en el centro del universo ni está inmóvil sino que gira, incluso en una rotación diaria, es absurda; es falsa desde el punto de vista psicológico y teológico y constituye, cuando menos, una ofensa a la fe”. En 1832, la ciencia predominó sobre el dogma y la Iglesia borró los trabajos de Galileo de la lista de libros cuya lectura quedaba prohibida a los católicos.

Pero no todas las incursiones erróneas en temas seculares han estado limitadas a El Vaticano. En 1983, la Conferencia de Obispos Católicos Norteamericanos emitió una carta pastoral titulada “El reto de la paz: La promesa de Dios y nuestra respuesta”, donde condenó como moralmente injustificado el armamento nuclear de los Estados Unidos como medio de enfrentar el poderío nuclear soviético. Sin tomar en cuenta la seguridad nacional norteamericana, los obispos propusieron nada menos que un compromiso de desarme progresivo encaminado a la eliminación total de las armas nucleares.

Lo que no tomaron en cuenta estos prelados, ilusos sobre los medios para confrontar fanáticos y tiranos, es que los comunistas que se tragaron a Europa a base de violencia, opresión y sangre no querían la paz a través de un desarme bilateral. Se proponían, por el contrario, superar a los Estados Unidos en el campo de las armas nucleares para apoderarse del mundo. Por suerte, Reagan no les prestó atención, se enfrascó en una carrera armamentista que no fue capaz de equiparar la economía soviética y creó las condiciones para la caída del muro de Berlín y la liquidación eventual de la Unión Soviética en 1989.

Volviendo al Papa Francisco, desde su ascensión al trono de San Pedro, Francisco mostró una marcada aversión hacia la doctrina del capitalismo. En el primer documento de su pontificado, “Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium”, Francisco manifestó:“Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común”.

El discurso de Francisco une “mercado” a pobreza y “control de los Estados” al bien común. Pero es precisamente en los países donde predomina el mercado libre donde la iglesia disfruta de mayor autonomía. Y en aquellos dominados por gobiernos fuertes o totalitarios, como Cuba, Venezuela, Argentina y la antigua Unión Soviética, donde la Iglesia de Pedro, a la que Francisco ha dedicado toda su vida, encuentra más problemas para ejercer su misión pastoral y evangelizadora.

Tampoco ha estado ajeno el Papa al espinoso tema, sobre todo para la Iglesia, de las relaciones entre parejas del mismo sexo. En el sínodo sobre parejas “gays”, celebrado en el otoño del año pasado, Francisco pidió “una mayor aceptación de las parejas homosexuales en el seno de la Iglesia Católica”. Su iniciativa fue rechazada debido a que no logró el apoyo de dos tercios de los participantes, la mayoría necesaria para ser aprobada.

Pero de todas sus acciones como pontífice, la que más me hiere y la que rechazo con todas las energías de mi espíritu es su participación determinante y decisiva en las vituperables negociaciones entre Obama y Castro para prolongar la opresión del pueblo cubano. Un pueblo cuyos mártires del catolicismo como Rogelio González Corzo, Alberto Tapia Ruano, Virgilio Campanería y otros centenares de jóvenes murieron invocando a Cristo ante el paredón de fusilamiento. La memoria de esos mártires ha sido mancillada por la conducta reprensible de este papa.

Tampoco podemos entender el marcado contraste entre la posición de El Vaticano en la lucha contra el comunismo en Polonia y su contubernio con el comunismo en Cuba. Juan Pablo Segundo se unió a Ronald Reagan para derrocar al tirano Jaruzelsky y liberar a Polonia. Se fue a Cuba y bendijo con su sola presencia a los verdugos de mi pueblo. Francisco se ha unido con Obama para apuntalar al tirano Raúl Castro y prolongar la esclavitud de Cuba. Santo Padre, con todo respeto pero ejerciendo mi derecho a discrepar de usted en asuntos que no son de la fe, le recuerdo el refrán que usted parece haber olvidado: “dime con quién andas y te diré quien eres.” Usted anda en la peor de las compañías.

Tomadas por separado, sus acciones y opiniones desde el comienzo de su pontificado podrían ser consideradas como la incursión transitoria de un Papa neófito en asuntos controversiales. Tomadas en conjunto, constituyen un serio peligro para el prestigio, la credibilidad y la influencia de la Iglesia católica. Porque ponen a El Vaticano como compañero de ruta de una alianza de izquierda con una agenda destructiva que promueve no solo el cambio climático y la restauración de relaciones con los Castro. Una alianza que extiende su militancia fanática al aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo y la secularización de una sociedad donde Cristo se ha convertido en una mala palabra. Su misión, Su Santidad, no es confraternizar con apóstatas y tiranos sino defender los derechos dados al hombre por su Creador y enfrentarse a los malvados que se los niegan. Usted no lo ha hecho en el caso del pueblo cubano. Por el contrario ha sido el mediador entre las dos versiones más execrables del capitalismo: el de los empresarios norteamericanos que se preparan a explotar al obrero cubano y el capitalismo de estado de los tiranos que ahora lo oprimen. Cristo jamás habría servido de mediador entre César y los corruptos jerarcas de la iglesia judía encabezada por Anás y Caifás. Tome nota y regrese al buen camino.

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